Hacía tanto calor que me sudaban las manos y el maquillaje empezaba a gotear. Me había comprado unos tacones altos, estrechos y un vestido negro y blanco de cancán con el que caminaba con dificultad, parecía torpe. Me senté en uno de los bancos del claustro de la...
CAPÍTULO 2. Salamanca, Junio 2005
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